miércoles, 24 de octubre de 2007

En defensa de Oleguer

Vaya por delante que no considero a Presas un jugador excepcional. Me parece un tipo que colocado en su posición, la de central, es ordenado, atento y correcto tácticamente, más aún si tiene como compañero en la zaga a alguien rápido y contundente –vg., Puyol-. Sus carencias se evidencian cuando se le intenta poner de lateral –en el control, desborde y centro al área es realmente desafortunado, debido a su escasa formación técnica a este respecto- o tiene un central que le acompañe lento y que no arrastra al fuera de juego –vg., Thuram-.
Dicho esto, la campaña mediática que está sufriendo el chaval es realmente desproporcionada, y se apoya en otros factores que no son los del mero balompié. Son los siguientes:
1. Es un independentista catalán y no le importa pregonarlo a los cuatro vientos (en este país tan demócratico sólo se puede ser independentista en la intimidad o con un cóctel molotov en la manita).
2. Está comprometido con un partido político y hace alarde de su activismo izquierdista (los futbolistas deben dedicarse a jugar y no aprovecharse de su fama para imbuir ideas inoportunas, piensan muchos).
3. Ha escrito un libro (qué se habrá creído el chaval. Con Valdano tenemos suficiente e incluso, si me apuras, de sobra. En esto último, en lo del argentino engolado, locuaz e insufrible, mira tú por donde, yo también estoy de acuerdo).
4. Y además de un contenido político (los futbolistas deben dedicarse a jugar y no aprovecharse de su fama para imbuir ideas inoportunas, piensan muchos otra vez).
5. Se hace llamar Oleguer, cuando debería llamarse Olegario.

No olvidemos que El Denostado ganó una Liga y una Champions jugando todos los partidos de titular. Nadie entonces hablaba mal del chaval. Incluso se le tanteó para ir a la selección. Pero ahí cometió su fatal error, donde comenzó a granjearse el odio de toda una nación, de una nación que sólo se une para odiar o envidiar: dijo que ni fu ni fa, que muy agradecido pero que mejor llamaran a otro, que a él no le hacía una ilusión bárbara, ni siquiera ilusión, que lo que le ponía de verdad era jugar en la selección catalana.
A partir de ahí, se convirtió en el enemigo público número 1 de los activistas reaccionarios del balompié, de esos que gustan reunirse en los bares y con la testosterona por las nubes del alcohol empiezan a decir aquello de “negro de mierda”, “maricón”, “vete a tu país”, “que se vaya a jugar la liga catalana con el Sabadell”, “polaco” y otras lindezas.
Sí, sí, ya sé que Oleguer no es negro y creo que tampoco homosexual. Pero ¡y lo que le gustaría a algunos…!

miércoles, 17 de octubre de 2007

memorias del fútbol y otras cosas

Debo confesar que al principio, cuando era pequeño, no me gustaba el fútbol. Recuerdo la conmovedora tozudez con la que mi padre me llevaba al antiguo estadio de la ciudad, esperando inocular en mí la devoción al balompié, mientras me preguntaba en medio del partido –mi cara tenía que ser un poema- si me aburría. “No, qué va, estoy atento”. Yo ya por aquellos años, evidentemente, había descubierto las mentiras piadosas, que eran las únicas que según mi madre y el cura, un tipo bastante remilgado, no te llevaban de cabeza al infierno. A mí eso había empezado a dejar de importarme, pero lo de entristecer al viejo era otra cosa. Eso me sigue pasando. Procuro no entristecer a nadie de los que tengo alrededor, incluso si son despreciables o me importan un pimiento.
Lo que me pasaba era que no entendía los arcanos que regulan este deporte, el bello mecanismo de precisión que se esconde detrás de un buen partido –algo achacable, todo sea dicho, a que el equipo estaba por entonces en Segunda B. Eso explica muchas cosas-. Para mí, un ratón de biblioteca repelente insaciable e insociable por aquellos años, el fútbol era una cosa populachera, la zanahoria del caballo, el sustento de los vulgares. Todavía me encuentro por ahí a estirados culturetas de salón que defienden esa idea. Peor para ellos. Uno no debería dejar este mundo sin probar todas las formas de belleza que pueda, por mucho que estén manchadas de utilitarismo interesado o de formas de dominación –qué culpa tendrá la belleza, qué culpa tendrá la flor en el ojal de Bush, qué culpa la pobre águila en el escudo de bronce-. Todos estamos salpicados de eso y no por eso dejamos de intentar amar y saborearnos.
Aunque al final perdamos el partido, pero eso ya es otra cuestión que será tratada más adelante.

martes, 16 de octubre de 2007

En defensa del fútbol

Un día un amigo me dijo que la tristeza es egoísta. Es cierto. Hay un extraño regocijo en la permanencia taciturna, en el posicionarse ante la vida como un perdedor, de tal manera que hay gente que cuando no tiene problemas se los inventa, o los magnifica. Digamos, por resumir, que hay personas que se sienten inquietas en la calma, incómodas en la quietud.
El fútbol opera de forma parecida con los equipos que ponen el autobús o cuelgan a seis del palo. Se acostumbran tanto a defender y a achicar balones que cuando llega el “tiempo de resumir” (Silvio Rodríguez dixit), ése que viene después del de las prisas, la inoperancia es tal, por desconocimiento y falta de costumbre, que lo más probable es que acaben con la consabida cara de tonto del derrotado, ahíto de desgracia.
De ahí el gusto por el fútbol de ataque (que no está reñido con intensidad defensiva. Ejemplos hay, como el Milán de Sacchi o el Barça de Rijkaard). Porque en la vida como en el balompié es bueno y se hace hasta necesario intentar controlar tu tiempo, no cederlo a otros, y estar orgulloso de ello y mantenerlo, aun a costa de los palos y el desengaño. Que a defender(nos) y no asumir(nos) nos han enseñado de pequeños y lo sabemos de memoria. A lo otro, a la humilde heroicidad de marcar uno mismo las pautas, el tempo y los caminos, sólo se aprende sin permiso y con imaginación. Como el buen fútbol.

Definición de fútbol

“El intento compartido de trazar líneas a través de un espacio amenazado”.

Por eso gusta el fútbol. Porque es un acto de amor. Porque es la vida.